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Los días 22 y 23 de marzo, en Chile se constituyó una nueva instancia de los gobiernos sudamericanos, el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), espacio a la cual adscribieron 8 países, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Guyana. Por su parte, Bolivia, Surinam y Uruguay acudieron como observadores.

La creación de Prosur, a partir de “La Declaración Presidencial sobre la Renovación y el Fortalecimiento de la Integración de América del Sur” o “Declaración de Santiago”, tiene su antecedente en el anuncio del presidente colombiano, Iván Duque, quien en medio de la crisis venezolana instruía sobre la necesidad de buscar una nueva instancia de integración latinoamericana, mientras que su par chileno, Sebastián Piñera, acompañó con ansias la propuesta. La crisis abierta en Venezuela y el salto injerencista en el país caribeño con la apuesta al auto proclamado Presidente Guiadó y el intento fallido de ingreso de supuesta ayuda humanitaria el 23F, proceso apoyado por EEUU y los gobiernos de la región, incluyó una agenda presencial en la frontera Colombia-Venezuela de Piñera junto a Mario Abdo Benítez de Paraguay, el propio Duque y el uruguayo Almagro, hechos que fueron constituyendo el lanzamiento e inicio del Prosur.

Este nuevo realineamiento sudamericano, tras el fracaso de los progresismos latinoamericanos y la centro-izquierda con sus respectivas institucionalidades regionales, tiene como principal excusa la inactividad del Mercosur, y es cimentado como continuidad de las políticas del Grupo de Lima, buscando dejar excluido a Venezuela por las dos condiciones establecidas en la convocatoria: “la plena vigencia de la democracia y del estado de derecho, y respeto pleno a las libertades y derechos humanos”. Perspectivas cuestionables para el propio país anfitrión, el gobierno de Macri en Argentina y sobre todo para el proto-fascista de Bolsonaro, apologista de las dictaduras.

Sudamérica, de crisis y territorio en disputa.

En los días previos a la cumbre, Piñera salió a explicar que el Unasur fracasó por su representación ideológica y excesos burocráticos, por lo tanto la propuesta era fundar un nuevo espacio que superara aquellas trabas. Aquel objetivo “prioritario” es síntoma del deterioro del organismo constituido el 2008 y del retroceso de los gobiernos “progresistas”, quienes le abrieron las puertas a las nuevas derechas emergentes. Esto marcó el intento de renovación de un bloque sudamericano, la apuesta por direccionar el tinte discursivo y una referencia común en medio de la polarización que marca Venezuela, primer elemento que unifica a estos gobiernos.

Una segunda unidad y similitud es su panorama de crisis locales, Macri en Argentina gobierna a través del plan del FMI teniendo como resultado una fuerte resistencia social y popular, en Brasil, Bolsonaro se ha visto rápidamente involucrado en el lodo de la corruptela política, además que los dardos del asesinato de Marielle Franco apuntan a su familia, tanto es así que sus intenciones encuentran sus limites en las fuerzas que les responden en las calles, panorama compartido a nivel sudamericano.

El escenario de estos movimientos es el de la crisis económica, percibida en nuestra región con la caída sostenida desde 2013 de los precios de los commodities, lo que significó el declive de los proyectos que se sustentaban en la renta de las materias primas -el caso de Venezuela es su mayor expresión- frente a lo cual Maduro, al igual que otros gobiernos de la región eligieron el camino del ajuste brutal contra los trabajadores y los pueblos. Similar trayecto siguen los gobiernos de derecha en la región, que en un marco de estancamiento económico intentan aplicar planes de neoliberalismo extremos para mantener los beneficios privados, es lo que intentan Bolsonaro, Macri y Piñera, con el contrapunto de la fuerte presencia del movimiento de masas en las calles.

Por lo tanto, el escenario en que se erige Prosur no es el de una situación de afianzamiento económico ni de una base social estable de estos gobiernos, sino al contrario, en medio de esa crisis buscan “airear” sus planes, desde la “derecha” en un marco de declive de los regímenes políticos, de esa forma vemos que las medidas concretas no se diferencian de lo antiguo: TLC, conectividad y beneficios de organismos como el Mercosur. Nada diferenciado a lo previo, lo nuevo radica en un posicionamiento discursivo pro imperialista sobre Venezuela y un intento de recuperación de la hegemonía histórica de Estados Unidos en la disputa con los imperialismos sobre el continente y que han ganado espacio como China.

De la resistencia a la propuesta: una tarea internacionalista.

Los días previos a la cumbre de las derechas se vivió una histórica marcha en Santiago por el 8M, similares demostraciones de fuerza se dieron en diferentes ciudades de Latinoamérica, mostrando que triunfos electorales de los gobiernos de la derecha y sus planes, no significan un giro a la derecha del movimiento de masas.

Lamentablemente las opciones que se presentan ante la derecha, como es el caso del Frente Amplio chileno, abonan a la idea del “mal menor”, generando su política vía la confianza parlamentaria alejada de las exigencias de las calles; es así que ante la presencia de personajes repudiados como Bolsonaro, apostaron por acciones simbólicas como no asistir a una reunión con parlamentarios que citó el Ejecutivo. En ese camino el Partido Comunista llamó a un concierto “El derecho de vivir en paz”, acto que se sumó gran parte del FA, la política fue un apoyo al gobierno de Maduro contra la injerencia imperialista. Tanto el FA como el PC, se negaron a llamar a una gran movilización contra Bolsonaro, las derechas y el rechazo al Prosur como organismo al servicio del imperialismo, recayendo en una agenda acotada y eventos simbólicos que incluso aportan a la polarización en Venezuela, sin tener una política independiente con los trabajadores y el pueblo.

En Argentina, la apuesta política del kirchnerismo se centra en la unidad de todo el PJ, sumando los sectores que sostuvieron y sostienen el plan de ajuste de Macri desde los gobiernos provinciales e incluyendo a la burocracia sindical en todas sus alas, responsables máximos de contener las fuerzas de la clase obrera mientras crecen los despidos, se descalabra la economía y aumentan los indices de pobreza a niveles alarmantes.

En Brasil, podemos encontrar similares situaciones, prima la desorganización de las fuerzas del movimiento obrero y la oposición, incluso los sectores más a la izquierda están centrados en la actividad parlamentaria. El PSOL, que podría lanzarse en ese escenario como la alternativa más radical para organizar la oposición de clase a Bolsonaro tiene fuertes debates internos y no logra colocarse claramente a la vanguardia, fundamentalmente porque su ultima referencia electoral nacional aparece mas como un resabio del PT que una alternativa radical.

El surgimiento entonces del Prosur busca fortalecer a los gobiernos de derecha del continente sobre la base de su gran debilidad, mostrarse unidos y avanzando mientras atraviesan grandes complicaciones y no está dicho que en los próximos años el panorama los encuentre en el poder.

No se puede negar el favor que le hace a estos las corrientes que supieron referenciarse en la Unasur y fueron las responsables del desaprovechamiento de la década más importante en materia económica de los últimos años. Enredados en casos de corrupción de todo tipo, con una parte de sus dirigentes encarcelados o procesados judicialmente, con una línea de unirse a lo peor de los viejos aparatos para intentar acercarse de nuevo al poder dejando atrás el discurso progresista y pasándose a un pragmatismo sin programa, que incluye la promesa de sostener todos los acuerdos con los organismos internacionales y dar de lado con los reclamos que cobraron fuerza en los últimos tiempos como la pelea por el aborto legal.

Hace falta construir algo nuevo, para pelear por otra integración regional

Frente a este panorama, es fundamental recolocar un debate que muchas corrientes pretenden esconder bajo el cuco de la derecha, exagerando las fortalezas de los gobiernos para justificar políticas en el marco del régimen y en unidad con los partidos y coaliciones tradicionales. El debate sobre la necesidad de construir fuertes partidos revolucionarios en cada uno de nuestros países y una solida organización internacional.

En ese camino nos encontramos, sin ir más lejos organizaciones de casi 10 países americanos y tantos otros a nivel mundial, desde Anticapitalistas en Red en primer lugar y a partir de Mayo confluyendo en una nueva organización con presencia en partidos de 3 continentes y más de 20 países.

Para darle a la derecha una respuesta organizada y por izquierda, internacionalista y revolucionaria frente a quienes bajan el programa y se diluyen en cualquier agrupamiento, trabajamos cotidianamente apoyando las luchas de la clase trabajadora en su conjunto, que en todo el mundo se levanta y buscamos a partir de esas luchas y esos movimientos construir una integración solidaria entre los pueblos del continente y contra los gobiernos capitalistas y las falsas oposiciones.

Joaquin Araneda y Martin Carcione